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El nuevo Peugeot 308 viene impecablemente acabado y hasta con ciertas aspiraciones premium por su presentación. Deja también muy buen sabor de boca al conducirlo, consiguiendo un coche tan cómodo como dinámico y respetando ese tacto made in Peugeot que siempre ha hecho de los compactos de la marca coches muy apetecibles de conducir.
No es pequeño, tiene una gama bien estructurada en niveles de equipamiento para que los precios estén bien escalonados pero... ¿es un producto tan perfecto? Pues depende, porque al mejor Peugeot de todos los tiempos parecen haberle metido con calzador el ecosistema i-Cockpit, así que si te encuentras a gusto en él, enhorabuena, si no, estarás condenado a conducir de forma incómoda e inconveniente el resto de tus días. El mejor consejo que te puedo dar es que lo pruebes detenidamente antes de comprarlo, mucho mejor si puede ser en carretera.
A la espera de probar las versiones híbridas, en esta ocasión nos subimos sobre uno diésel. Básicamente, se trata del mismo motor 1.5 BlueHDi de la generación saliente, mejorado en enclavamiento mecánico: en frío, en ciudad o circulando a baja velocidad parece más refinado que antes. De momento he conducido la versión con caja automática EAT8 de 8 velocidades y el binomio te deja claro desde el primer momento que es un rodador nato sin la menor aspiración deportiva.
Rinde muy bien a bajo régimen, es suave y rápido, y proporciona una experiencia de uso de lo más satisfactorio, pero desfallece pronto —consigue la potencia máxima a 3.750 rpm — y el cambio automático no es el mejor aliado en estas circunstancias: a la hora de ganar velocidad con rapidez apura demasiado las marchas cortas e incluso se mantiene momentáneamente estancado en un punto en el que no sube más de régimen ni gana velocidad.
Afortunadamente, un simple gesto en la leva por parte del conductor enmienda ese puntual déficit en la gestión global de un conjunto mecánico eminentemente rutero. Con este motor he tenido la sensación de que el 308 parece un coche bastante pesado, así que habrá que verificar cuánto hay de cierto en sus 1.361 kg declarados. En su zona de confort, diésel soberbio por tacto y consumos. Las versiones manuales creo que resultarán más ágiles.
En los PureTech de gasolina, y más en concreto en la versión de 130 CV de potencia, creo que puede estar el punto de equilibrio para quien haga un kilometraje medio.
El tacto del coche en sí es magnífico y Peugeot vuelve ofrecer unos de los mejores compromisos entre estabilidad y confort de la categoría. La suspensión no resulta ni demasiado flexible ni demasiado firme, y la calidad con la que está aislada la carrocería del asfalto es digna de un modelo Premium, incluso en versiones con la rueda de 18” como he tenido ocasión de probar.
El aumento de batalla se traduce, dinámicamente, en dos características: una, en que es un coche aún más aplomado que antes, ofreciendo una altísima estabilidad lineal y ese punto extra de confianza de coche más grande; y otra, que ahora el tren trasero es menos participativo que antes y resulta menos ágil entre curvas, sumando sensación de coche más pesado. La guinda, una dirección deliciosa por rapidez, por la efectividad para transmitir bien la potencia al suelo con la dirección girada, porque no traspasa al conductor las sacudidas del firme irregular o baches pero sí informa muy bien el guiado del tren delantero.
Es cierto que, al igual que el puesto de mandos, el pedalier del Peugeot 308 tiene también ciertas singularidades que influyen a la hora de encontrar las regulaciones adecuadas, pero al menos en la versión térmica me ha resultado muy acertado disponer de un pedal de freno con un mordiente muy eficaz ya desde la aproximación entre disco y pastilla —esa primera potencia de frenado que te evita el golpecito a baja velocidad—, pero también muy dosificable.
El 308 es, en definitiva, un coche con el que, dinámicamente, Peugeot vuelve a entrar por la puerta grande conjugado con ese regusto en el diseño que sigue haciendo volver la cabeza y unas calidades que le colocan como uno de los mejores de la categoría aunque, como se ha dicho, condicionando la función por su singular ergonomía.
Al margen de las singularidades del i-Cockpit, este coche muestra ese rigor de Mazda o Ford en su chasis y, a la vez, resulta tan cómodo o más que un VW Golf o un Seat León. Atractivo, bien acabado y equipado... y recogiendo el testigo de líder del 308 saliente.
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