Radiografía de la inflación: hacia dónde vamos
- 20 enero, 2022
Hasta hace unos meses, el que hablaba de inflación era tildado de viejo retrógrado. La realidad hoy es que los precios están creciendo casi un 7% en EE. UU. y un 5% en la UE. La mayor parte de los bancos centrales han reconocido que ya no es un fenómeno transitorio a pesar de que esperan que tienda a la baja este año. ¿Será así?
En las últimas décadas el trabajo de los bancos centrales probablemente se hizo más fácil por una serie de tendencias estructurales. La globalización redujo los costes de producción y el poder de negociación de los trabajadores, reprimiendo el crecimiento de los salarios. Y el envejecimiento progresivo de la población hizo que el ahorro creciese.
Además, a partir de los años 90 los avances tecnológicos fueron muy deflacionistas. Pero en esta ocasión, el Covid ha provocado un movimiento contrario. Los bancos centrales han inyectado enormes cantidades de dinero en el sistema financiero y los gobiernos han emprendido programas de gasto nunca vistos en periodos de paz (el déficit presupuestario del gobierno de Estados Unidos superó el 12% del PIB, tanto en 2020 como en 2021).
El desajuste entre una demanda que rebotó mucho más rápido de lo esperado y unos inventarios en mínimos por los bajos precios del año anterior hizo que los precios del carbón, el gas y el petróleo se dispararan al alza.
Al mismo tiempo, se interrumpió la producción de todo tipo de bienes y servicios y los problemas en el transporte marítimo mundial han llevado a retrasos sin precedentes. El desajuste entre una demanda que rebotó mucho más rápido de lo esperado y unos inventarios en mínimos por los bajos precios del año anterior hizo que los precios del carbón, el gas y el petróleo se dispararan al alza.
Por tanto, la globalización ha dado, al menos temporalmente, paso a desglobalización (las empresas manufactureras quieren tener a sus proveedores más cerca). El envejecimiento de la población se está compensando con la paulatina desaparición de los “baby boomers”, pero también con escasez de mano de obra y con una demanda extraordinaria.
La tecnología, aunque muy deflacionista, no está sirviendo para compensar el resto de las fuerzas.Fuerzas que alimentan los precios
La tecnología, aunque muy deflacionista, no está sirviendo para compensar el resto de las fuerzas. Pero hay otros factores que alimentan los precios: algunas materias primas no acaban de corregir (petróleo, cobre…): el precio medio del petróleo en 2021 fue de 71 dólares; suponiendo que no sube más, deberemos esperar, al menos hasta primavera, para que empiece a tener efecto negativo en la inflación.
El precio del alquiler está empezando a subir en EE. UU., la transición energética… Pero también debemos tener en cuenta que la variante Ómicron del Covid ha vuelto a desestabilizar unas cadenas de suministro imposibles de sincronizar por la dispersión geográfica de las distintas olas de la enfermedad y la variabilidad de medidas que toman los gobiernos. Además, la inflación puede también alimentarse a sí misma: a medida que las personas se acostumbran a aumentos de precios mayores y más frecuentes, empiezan a demandar salarios más altos, lo que se conoce como efectos de segunda ronda que, en caso de cristalizarse, serían muy difíciles de apagar al desanclarse las expectativas.
Pero los precios deberían estabilizarse y empezar a caer en la primavera gracias a la relajación de la demanda de energía por el fin de la temporada de frio, al aumento de la producción de combustible y a la reducción del presupuesto de los hogares.
Además, los factores estructurales que arrastraron la inflación a la baja los últimos años permanecen en su lugar. La población continúa envejeciendo y, a pesar de las presiones sobre el suministro mundial, hay pocos signos de un amplio retroceso en la globalización.